La noche conoce de
memoria la lluvia nocturna, los aguaceros de llantos, las lloviznas de
tinieblas, cuando el salitre chispea y los charcos se vuelven barrizales que
reflejan una danza de ojeras. La noche conoce de memoria los silencios del mar,
el canto de la brisa, el eco del silencio de los silbidos de las olas, que dan guantazos
de impaciencia a las rocas para esculpirlas. La noche conoce de memoria el
cielo escarlata con su vestido de lunares, el gran ojo de gato de porcelana y
mármol que acecha a la sonrisa lobuna de la lobreguez. La noche conoce de
memoria a los mercaderes de ánimas, a los barrenderos de sueños rotos y a los
alfareros de lágrimas; que a pesar de estar destrozados por dentro esbozan una
sonrisa en su cara. La noche conoce de memoria a los pintores sin lienzos, a
los escultores sin cinceles y a los poetas sin lápices, que desdibujan su
fatídica suerte para hacer arte de su tristeza. Y a pesar de todo lo que sabe
la noche, sigue siendo tan sibilina y desconcertante como la primera vez que
iluminó al mundo con su oscuridad.
Alfarero de lágrimas
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